Un viaje a lo desconocido - Autor: José Félix Hernández García
- Categoría: Súchil
- Publicado: Martes, 21 Junio 2022 21:29
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- 21 Jun
Un viaje a lo desconocido
Fue una madrugada de un 17 de Febrero de 1968 que después de hacer mi pequeña "maleta" (bolsa mexicana) con una muda de ropa, una docena de huevos cocidos, dos portolas, un kilo de tortillas de harina, un salero, un frasco de vaselina y un par de zapatos; pues por aquello de las terribles caminatas, porque ya me habían platicado acerca de las enormes distancias que se tienen que cubrir para poder llegar hasta algún punto más o menos seguro; que iba yo a saber la realidad. Ahh.. y también llevaba un garrafón de agua....... para completar.
Fue así que me dispuse a partir hacia aquel lugar desconocido al cual todos llamaban: (El Norte) . Ese enorme país donde muchísimos han perdido la vida en busca de un mejor porvenir otros que indudablemente descubrieron nuevas formas de vivir y ver el mundo y algunos que sin importar los bienes materiales decidieron regresar para quedarse en su patria.............. Ufff!! pero como duelen las despedidas, y peor cuando no sabes si volverás o te quedaras en el camino.
Me eché mi bolsa al hombro y me dirigí hacia la puerta que conduce a la calle. No sin antes detenerme un momento para darle un beso en la frente a mi madre, que con su mano temblorosa y sus cansados ojos llenos de lágrimas me echaba su bendición.
Ya me había despedido yo de mi padre; hombre bonachón noble serio y de muy pocas palabras que ahí sentado en una piedra cerca del corral de los burros, en un lado de la raída puerta y con su pierna derecha extendida, desgranaba unas mazorcas de maíz en un pequeño baldecito que en su forma, reflejaba las batallas y estragos del tiempo, que al igual que “mi viejo” habría pasado por tantas peripecias.
Y ahí estaba el, que se había levantado de la cama oscura la mañana más temprano de lo habitual, triste meditabundo oyendo toda la conversación con la cabeza baja, como cubriéndose la cara con el sombrero para que no lo viera sufrir.
Volteaba a verme de vez en cuando y en medio del mar de recomendaciones por parte de mi madre, escuche su voz suave que me pregunto: Completas para el pasaje? y yo conteste: “muy a penas pero si” . Acto seguido se llevó la mano al bolsillo y saco un billete de cien pesos y me dijo: Toma este dinero te puede servir.
Esto me causo un sentimiento increíble. Mi papa jamás me había regalado tal cantidad de dinero; porque en aquellos tiempos cien pesos era mucho dinero.
Yo no se cómo los reunió ni para que los quería o si los necesitaría después pero me pareció un noble acto de cariño y compasión.
Y fue entonces que me extendió su mano para despedirse nuevamente de mi.
Yo se que esto le costó mucho esfuerzo porque el no era así de expresivo ni efusivo. Y cuando estreche su mano, sentí que los pies se me pegaron al piso y me impedían moverme o decir palabra; sentí deseos de abrazarlo pero noo... esa no era la forma en que fuimos crecidos.
Por fin salí a la calle y poco a poco me aleje apretando las mandíbulas y respirando cortado. Di vuelta a la esquina donde un viejo poste de alambrado eléctrico detenía una deteriorada lámpara, que por un desperfecto se prendía y apagaba como si estuviera en desacuerdo con aquella triste escena que estaba presenciando.
Pero no sin antes voltear por una última vez a ver la cansada y encorvada silueta de mi madre, que recargada en el marco de la puerta y cubierta con su rebozo lloraba en silencio.
Así, poco a poco me fui alejando de aquella humilde casa que me vio crecer y donde tantas veces fui feliz y reí y cante pero que en esta ocasión, me veía alejarme.
Como acto de magia, aquella madrugada una gran pena se apodero de mí.
Y desde entonces me volví experto escultor de tristezas, de lágrimas y de nostalgias; porque ahí quedaron mis padres, mi casa, mi familia, mis amigos y mi querida y amada tierra.
Me dispuse a contactar a mis compañeros de viaje todos ellos mayores que yo; en total éramos cuatro. Ya reunidos nos fuimos a la terminal de autobuses (Se oye bonito verdad)? en realidad era una tiendita tipo tlapalería situada en una esquina que formaban las dos únicas calles principales de mi pueblo en cuyo frente se paraba el único autobús de pasajeros que transitaba por esta región. Era un autobús desvencijado que en un tiempo había sido de color rojo; que arribaba a mi pueblo muy de madrugada haciendo el recorrido diario desde Chalchihuites a Durango. Propiedad de unos empresarios de Zacatecas.
Allí esperamos un buen rato todos en silencio, solo se escuchaba el rebuznar de los burros, el ladrar de los perros y el cantar de los gallos a la distancia.
Y como si fuera un concierto que la naturaleza nos regalaba como despedida, también se escuchaba el cantar de los grillos interrumpido esporádicamente por la tos de alguno de nosotros, ya que la mañana era fría.
Fría para nosotros, pero no así para una ancianita que envuelta en su rebozo y con pausado placer fumaba un cigarro de hoja, (de aquellos que se preparaban con una pizca de tabaco en una hoja de maíz) mientras con tesón atizaba un bracero, (anafre) para mantener calientita una olla de barro con aromático menudo; y quien de vez en cuando lanzaba un pedacito de tortilla a un hambriento perrillo que sentado a corta distancia no la perdía de vista.
Yo me quede ahí recargado en una de las columnas de ladrillo que detenían a un viejo tejado de hormigón. Con la mente abrumada, tratando de examinar mis pensamientos y recordando con tristeza los hechos más relevantes de aquel día, mirando como una incandescente flama consumía lentamente unos leños de mezquite.
Allí; en aquel momento, me convertía en protagonista de mi propia historia . Pues terminaba una etapa de mi vida y comenzaba otra; llena de incertidumbre, de temores, de agobios y de conflictos.
Total; que juntos abordamos aquel "autobús" al cual apodaban "La Portola" y que pasaba por ahí al filo de las cinco de la mañana. Todos achicopalados, yo por mi juventud y ellos por sus hijos y esposas. Pues créame que esta es una de las empresas más difíciles que el Mexicano enfrenta en la vida.
Ya en el autobús, nos acomodamos en nuestros respectivos asientos y mirando a través de la ventanilla nos fuimos pensativos y en silencio, ya que nadie dijo una palabra durante todo el trayecto.
Mirábamos las lomas, los árboles, las cañadas, los cerros y las parcelas, donde tantos días y tantos años de nuestras vidas pasamos trabajando sin obtener mas que apenas lo necesario para mal comer.
Y allá quedaban atrás; como atrás quedaron las novias, el perro, los burros, los caballos, los amigos y las empolvadas pero queridas calles de este entrañable pueblo que con sus humaredas y su olor a hierba fresca, nos daba la despedida…. ... quizá para siempre. J.F.H.G.
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